miércoles, 10 de noviembre de 2010

Ssese Islands








En pleno lago Victoria, a poco más de una hora en ferry del puerto de Entebbe, se encuentran las Ssese Islands, un fantástico archipiélago lleno de palmeras y exuberante vegetación tropical, donde cientos de pájaros multicolor vuelan sobre los hipopótamos que remolonean en sus orillas, suben hasta las ramas altas de eucaliptos y secuoyas, y hacen sus nidos entre monos vervet y lagartos gigantes.

En medio de semejante paraíso decidieron instalarse a principios de los 90 una pareja de alemanes, en plena orilla del lago. Allí montaron un verdadero "resort" hippie, lleno de cabañas de madera, hamacas de cuerda y comida exquisita, y en el que, una vez pasado el primer día, tu único objetivo es deshacerte del móvil, quemar el pasaporte y hacerte con unas bermudas y unas gafas de sol para pasar tranquilamente allí el resto de tu vida.

Caía la tarde en el Hornbil cuando un grupo de adolescentes gringos decidieron salir en una barca a remos que se alquilaba por horas. Pasado un rato, observé a Dieter que los miraba con cara entre preocupado y cabreado: “-se están alejando hacia el Este, la corriente es muy fuerte allí y se los está llevando hacia el centro del lago”.

Al poco rato, ya estábamos formando el grupo de rescate, varios ugandeses buscaron al dueño de una lancha a motor, y tras la habitual negociación del precio, salimos a buscarlos. El sol dibujaba brillos ocres en el horizonte, y la brisa de la tarde parecía moldear a su antojo las olas del lago.

Tras un rato dirigiéndonos hacia el punto en el horizonte (una variante fluvial del “siga a ese taxi”), por fin llegamos al lugar, en el que, plenos de jovialidad, y totalmente inconscientes del peligro en el que se encontraban, el grupo de jóvenes seguía remando en dirección este, deshaciéndose en carcajadas y bromas, e incluso saludándonos animadamente al ver cómo nos aproximábamos.

Una vez explicada la situación, remolcamos la barca de vuelta hacia la orilla. Al verlos llegar, Dieter los observaba con mirada grave.

Tras el desembarco, la “tripulación” ugandesa explicó el precio a pagar: exactamente el que habían pagado al dueño de la embarcación a motor para ir a rescatarlos. Cuando los chavales, siguiendo la rutina del turista que viaja por África, comenzaron a regatear, Dieter les cortó, tajante: -“muchachos, lamentablemente, la vida es algo con lo que no hay precio alguno que negociar. O lo tomas, o lo dejas.”