jueves, 26 de febrero de 2009

Life in Soroti




Reconozco que cuando llegué, Soroti no me emocionó especialmente. Antiguos edificios coloniales abandonados a su suerte, que servían de casas improvisadas a familias, cabras y gallinas simultáneamente, me dieron una falsa impresión de las verdaderas posibilidades de vivir en un lugar así.

La realidad fue empujándome poco a poco, con el paso de las semanas, y luego los meses, a pasear día a día por sus calles, conocer cada puesto del mercado local, saludar a tenderos en colmados donde sirven yogur y zumos o disfrutar de las vistas del lago Kyoga desde ¨la roca¨ (Soroti´s Rock).

Recorrí en bici cada rincón de Soroti, sus caminos y alrededores, verdes, surcados por árboles enormes. Me acostumbré a los habituales saludos y encuentros que surgen en cada esquina en una pequeña localidad donde todo, o casi todo el mundo se conoce.

La gente de Soroti se mueve casi exclusivamente en bici. Los taxi-bici, popularmente llamados ¨Boda-Boda¨, toman su nombre de los primeros que surgieron en la frontera con Kenya, que cruzaban a la gente en bici de un lado a otro (border-border), dicción que tamizada por el acento africano derivó en ¨boda-boda¨. Cuestan de 300 a 600 shillings (de 15 a 30 centimos de euro, aprox.) dependiendo de la distancia y el horario, (por supuesto hay un plus nocturno!).
Cualquier camino o calle está llena de ellos, con sus clientes sentados en la parrilla posterior, convenientemente habilitada con un colorido cojín de cuero y diferentes complementos (abalorios, borlas, carteles) según el gusto más o menos kitch del taxista.

Cada día la población ciclista parece competir en quien puede llevar el bulto de mayor tamaño o más complicado de transportar: gallinas, cabras, armarios, tinajas, e incluso cerdos o ataúdes (de verdad!). Hay una calle, la bike street, como aquí la llaman, donde decenas de puestos de reparación o venta de bicis exponen al sol sus productos o se afanan con herramientas caseras en la reparación de los cientos de bicicletas que clientes habituales traen a reparar.

En Uganda la bici no es un objeto romántico, reivindicativo o de culto, simplemente es el único medio de transporte que una familia media puede permitirse, el único del que disponen.