Reconozco que cuando llegué, Soroti no me emocionó especialmente. Antiguos edificios coloniales abandonados a su suerte, que servían de casas improvisadas a familias, cabras y gallinas simultáneamente, me dieron una falsa impresión de las verdaderas posibilidades de vivir en un lugar así.
La realidad fue empujándome poco a poco, con el paso de las semanas, y luego los meses, a pasear día a día por sus calles, conocer cada puesto del mercado local, saludar a tenderos en colmados donde sirven yogur y zumos o disfrutar de las vistas del lago Kyoga desde ¨la roca¨ (Soroti´s Rock).
Recorrí en bici cada rincón de Soroti, sus caminos y alrededores, verdes, surcados por árboles enormes. Me acostumbré a los habituales saludos y encuentros que surgen en cada esquina en una pequeña localidad donde todo, o casi todo el mundo se conoce.
La gente de Soroti se mueve casi exclusivamente en bici. Los taxi-bici, popularmente llamados ¨Boda-Boda¨, toman su nombre de los primeros que surgieron en la frontera con Kenya, que cruzaban a la gente en bici de un lado a otro (border-border), dicción que tamizada por el acento africano derivó en ¨boda-boda¨. Cuestan de 300 a 600 shillings (de 15 a 30 centimos de euro, aprox.) dependiendo de la distancia y el horario, (por supuesto hay un plus nocturno!).
Cualquier camino o calle está llena de ellos, con sus clientes sentados en la parrilla posterior, convenientemente habilitada con un colorido cojín de cuero y diferentes complementos (abalorios, borlas, carteles) según el gusto más o menos kitch del taxista.
Cada día la población ciclista parece competir en quien puede llevar el bulto de mayor tamaño o más complicado de transportar: gallinas, cabras, armarios, tinajas, e incluso cerdos o ataúdes (de verdad!). Hay una calle, la bike street, como aquí la llaman, donde decenas de puestos de reparación o venta de bicis exponen al sol sus productos o se afanan con herramientas caseras en la reparación de los cientos de bicicletas que clientes habituales traen a reparar.
En Uganda la bici no es un objeto romántico, reivindicativo o de culto, simplemente es el único medio de transporte que una familia media puede permitirse, el único del que disponen.
Cada día la población ciclista parece competir en quien puede llevar el bulto de mayor tamaño o más complicado de transportar: gallinas, cabras, armarios, tinajas, e incluso cerdos o ataúdes (de verdad!). Hay una calle, la bike street, como aquí la llaman, donde decenas de puestos de reparación o venta de bicis exponen al sol sus productos o se afanan con herramientas caseras en la reparación de los cientos de bicicletas que clientes habituales traen a reparar.
En Uganda la bici no es un objeto romántico, reivindicativo o de culto, simplemente es el único medio de transporte que una familia media puede permitirse, el único del que disponen.