jueves, 7 de mayo de 2009

Camino a Kidepo









Los escasos viajeros que llegan a Kidepo Valley lo hacen en su mayor parte en vuelos privados desde kampala, pocos se atreven a usar la ruta terrestre, que supone cruzar toda la región de karamoja, de sur a norte, a través de Moroto, Kotido y Kabbong, territorio semidesértico, apenas frecuentado por vehículos y poco o nada recomendable según todas las guías que leí.

Decidir recorrer esos casi 500 km en 4x4, durante 2 días de carreteras intransitables, a través de fabulosos paisajes y gente magnífica, fue una de las mejores recompensas que la vida me ha dado por hacer caso a mi intuición y mi confianza en la gente de karamoja.

El viaje fue tan magnífico y enriquecedor como la meta en sí. Por el camino fui llenándome de paisajes, colores, gentes y risas. Cada vez que se subía alguien nuevo en la parte trasera de la pick-up aprovechaba para acercarme a ellos, conocerlos un poco. Me colmaron con su alegría, nuevas palabras, gestos y complicidad en lo que yo sentía como un paso adelante en el conocimiento de su entorno, su cultura, su sabiduría, su identidad.

Finalmente, al llegar a Kidepo, me sobrecogió el salvaje y aislado paisaje de este inmenso parque natural, situado entre montañas, en la misma frontera con Kenia y Sudán, poblado por miles de animales míticos que disfrutaban a sus anchas de su libertad e inaccesibilidad para la mayoría de los mortales.

Al caer la noche, bajo un cielo cuajado de estrellas, los pocos visitantes, todos llegados allí en diferentes vuelos, rodeaban un gran fuego cerca de las cabañas del parque. Consideré todo lo que había vivido en mi aproximación a aquel lugar. A diferencia de ellos, tenía la dimensión exacta de lo remoto de aquel fuego, y de nuevo recordé la vieja máxima de que es el viaje y no la meta el que cuenta.