miércoles, 15 de octubre de 2008

Murchinson Falls







Entrar al parque nacional de Murchinson Falls es remontarse al inicio de los tiempos.Tuve la suerte de poder acceder por la puerta norte de Packwack, muy poco frecuentada. Apenas cruzamos la barrera, los animales aparecieron en grandes grupos, por todos lados, asaltando el camino, apenas conscientes de nuestra presencia. Atardecía tras una gran tormenta, el sol se entretenía dibujando colores en los lomos de los búfalos, extendiéndose hasta el horizonte. Había un gran movimiento por todos los lados.

Al día siguiente, remontando el Nilo en barco hacia las cataratas Murchinson, montones de hipopótamos inundaban el curso del río; elefantes, ciervos, y todo tipo de pájaros se acercaban a beber de sus aguas, bajo la atenta mirada de los cocodrilos, semiescondidos bajo la superficie. Cuando llegué a las cataratas, el estruendo del agua y el frescor lo inundaban todo. No existía nada excepto el río y sus poderosas aguas. Observar la estrepitosa caída desde lo alto de los acantilados recompensó con creces la subida. Las rapaces sobrevolaban los cortados, atentas al menor movimiento entre los árboles, y ajenas al fascinante espectáculo que tenían la suerte de contemplar.
El último día, recorrimos el delta que forma el lago Alberto y el Nilo en la parte Noroeste del parque, donde se encuentran las especies más escurridizas. Cuando entramos en el delta, nuestro guía, Simon, se cruzó con otros guías del parque. ¨Habeis visto algo?¨-No, hoy nada, no ha habido suerte.¨ Lo que ellos llaman ¨no ver nada¨significa que no avistaron ningún felino. Según nos dijeron, hacía más de una semana que nadie veía ninguno. Simon, sentado en la ventana del coche, se afanaba con los prismáticos, haciéndonos virar continuamente por tortuosos caminos, derecha, izquierda, otra vez dercha. Recorríamos remotos recovecos del delta, mientras él afinaba la vista, husmeando el aire.

Finalmente lo vimos. Colgado de un árbol, un enorme leopardo descansaba en las calurosas horas del mediodía. Tras la euforia inicial, Simon pareció relajarse, como quién ha cumplido con la parte que le corresponde. Mientras salíamos del parque, me entretuve pensando en lo curioso de la situación, pues, en su profesión, la gratificación por un trabajo bien hecho depende en gran medida de la suerte, independientemente del esfuerzo que se haya invertido en él.

miércoles, 1 de octubre de 2008

How are you, Muzungu?





Corriendo descalzos, aparecen en la esquina de cualquier camino, agitando sus manos en el aire, acercándose a mi bici, gritando como locos¨Muzungu, Muzungu!¨(palabra swahili que significa persona blanca, europeo, y tambien forastero). Al principio te puede la sorpresa, que les pasa? por qué se vuelven tan locos al verme?
En el noreste de Uganda, muchos niños no han visto nunca un blanco, y otros, aunque sí lo han visto antes, saben que la oportunidad de ver una persona blanca no se repite muy a menudo.
Algunos bebes te miran extasiados y otros se echan a llorar, vaya tipeja mas rara, deben pensar. Los de mas edad, en cuanto levantan un palmo del suelo, ya están llamandote a gritos, acercandose a tí para darte la mano o, en el caso de los mas atrevidos, tocarte y echarse a correr entre la carcajada de los demás niños.
Lo que al principio te hace sentir como un ser de otro planeta, con el tiempo da lugar a un deseo de anonimato que no es muy posible en Africa, o en concreto algunas zonas poco turísticas de Africa del Este.
Como a todo, acabas acostumbrándote. A veces me empiezo a preguntar con una sonrisa como me sentiré cuando camine de nuevo por una ciudad europea y nadie me salude a mi paso con un ¨Yoga, Muzungu, how are you?