miércoles, 25 de mayo de 2011

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Ssese Islands








En pleno lago Victoria, a poco más de una hora en ferry del puerto de Entebbe, se encuentran las Ssese Islands, un fantástico archipiélago lleno de palmeras y exuberante vegetación tropical, donde cientos de pájaros multicolor vuelan sobre los hipopótamos que remolonean en sus orillas, suben hasta las ramas altas de eucaliptos y secuoyas, y hacen sus nidos entre monos vervet y lagartos gigantes.

En medio de semejante paraíso decidieron instalarse a principios de los 90 una pareja de alemanes, en plena orilla del lago. Allí montaron un verdadero "resort" hippie, lleno de cabañas de madera, hamacas de cuerda y comida exquisita, y en el que, una vez pasado el primer día, tu único objetivo es deshacerte del móvil, quemar el pasaporte y hacerte con unas bermudas y unas gafas de sol para pasar tranquilamente allí el resto de tu vida.

Caía la tarde en el Hornbil cuando un grupo de adolescentes gringos decidieron salir en una barca a remos que se alquilaba por horas. Pasado un rato, observé a Dieter que los miraba con cara entre preocupado y cabreado: “-se están alejando hacia el Este, la corriente es muy fuerte allí y se los está llevando hacia el centro del lago”.

Al poco rato, ya estábamos formando el grupo de rescate, varios ugandeses buscaron al dueño de una lancha a motor, y tras la habitual negociación del precio, salimos a buscarlos. El sol dibujaba brillos ocres en el horizonte, y la brisa de la tarde parecía moldear a su antojo las olas del lago.

Tras un rato dirigiéndonos hacia el punto en el horizonte (una variante fluvial del “siga a ese taxi”), por fin llegamos al lugar, en el que, plenos de jovialidad, y totalmente inconscientes del peligro en el que se encontraban, el grupo de jóvenes seguía remando en dirección este, deshaciéndose en carcajadas y bromas, e incluso saludándonos animadamente al ver cómo nos aproximábamos.

Una vez explicada la situación, remolcamos la barca de vuelta hacia la orilla. Al verlos llegar, Dieter los observaba con mirada grave.

Tras el desembarco, la “tripulación” ugandesa explicó el precio a pagar: exactamente el que habían pagado al dueño de la embarcación a motor para ir a rescatarlos. Cuando los chavales, siguiendo la rutina del turista que viaja por África, comenzaron a regatear, Dieter les cortó, tajante: -“muchachos, lamentablemente, la vida es algo con lo que no hay precio alguno que negociar. O lo tomas, o lo dejas.”

viernes, 19 de marzo de 2010

Rwenzori








Rwenzori, o montañas de la luna, como fueron llamadas por las tribus de pigmeos que las habitaban. Las nubes cubren casi todo el año las zonas altas, dejando sólo en contadas ocasiones vislumbrar sus cumbres, de más de 5.000 metros, y creando un reflejo plateado que recuerda la luz de la luna....No extraña que las llamaran así, sólo la existencia de nieves perpetuas en un lugar tan próximo al ecuador (0º23´) es simplemente algo mágico.
Declarado patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1991, y ocupado por milicias rebeldes de 1997 al 2001, este parque de casi 1.000 km2 (el 70% supera los 2.500 metros de altitud), sirve de impresionante frontera natural entre Uganda y Congo, y es uno de los lugares más bellos de África.
Se pueden recorrer, al ir ascendiendo, cinco zonas botánicas diferentes. Las especies, muchas de ellas endémicas, van cambiando en cada una de las zonas: lobelias gigantes, cientos de mariposas, turracos, monos azules, chimpancés, antilopes duiker, e incluso manadas de elefantes, que dejan verdaderos túneles de vegetación devastada a su paso de un valle a otro...
Caminar por Rwenzori, es como introducirse en una cápsula de biodiversidad, donde nada ha sido alterado aún por el devastador ¨progreso¨, y ser privilegiado testigo de un viaje en el tiempo donde el mundo era un paraíso fecundo e inagotable.
Los lugareños, de poca altura y rostros ovalados, descendientes de pigmeos y bantúes, te acogen con alegría y generosidad en sus pequeñas casas de barro que literalmente cuelgan de precipicios. Los guardas, como casi siempre en Africa, locuaces y didácticos, parecen querer contarte en una sola jornada todo el saber que han acumulado en años de trabajo. El arma, siempre te aclaran, solo es para disparar al aire en caso de que algún animal peligroso se acerque, conocen bien las sensibilidades occidentales...
Abandonamos Rwenzori con la sensación de paraíso perdido. Mientras nos íbamos alejando, y la temperatura iba subiendo poco a poco, siluetas de lobelias gigantes y cantos de pájaros multicolor resonaban todavía en mi interior.

domingo, 31 de enero de 2010

Ishasha








Salíamos del parque Queen Elizabeth, al Oeste de Uganda. Durante casi todo el día, hasta casi el atardecer, recorrimos, entre calor y polvo, la difícil pista de tierra de más de 60 kilometros que lleva al remoto parque natural de Ishasha, sin apenas visitantes, pero mucho más interesante y sorprendente que el histórico y renombrado Queen.

Este parque toma su nombre del pequeño río que sirve de única frontera entre su superficie y el país vecino, República Democrática del Congo. El río Ishasha está cuajado de hipopótamos que holgazanean durante las largas horas de sol y llenan la noche con sus imponentes bramidos.

Los animales más impresionantes de este parque son los leones trepadores de árboles, que no son una especie endémica, como en principio se creyó, sino que tienen esa costumbre de trepar a las ramas altas, sobre todo en las horas de calor, para evitar los picotazos de la mosca Tsé Tsé, muy abundante en la zona.

Nos aproximábamos a ellos a las tórridas horas del mediodía. El sol caía como un cuchillo, elevando cada vez mas la temperatura del destartalado vehículo en el que viajábamos. Mustafa, conductor incombustible en cualquier tipo de pista, conocía muy bien los grandes árboles en los que suelen estar los leones, y sabía que a esa hora, lo más seguro es que los encontrásemos.

Las moscas empezaron a entrar por las ventanillas. Primero poco a poco, luego ya en grandes grupos. Oscar y yo dábamos bofetadas en todas direcciones, para librarnos de ellas, infatigables en sus mordiscos. Mustafa se limitaba a ponerse en la cabeza un pañuelo blanco, siguiendo el saber popular del este de Africa, que dice que esas moscas se acercan a los colores oscuros, y que los claros las repelen.

De cualquier forma, acabamos los tres dando bofetadas, entre carcajadas para quitarle hierro al asunto, no sabiendo muy bien si preferiamos morir a mordiscos de esos despreciables seres o de calor si cerrábamos las ventanillas del coche.

Cuando llegamos a los árboles, nos olvidamos de todo. Allí estaban, tumbadas en las grandísimas ramas de una acacia centenaria, dos enormes leonas, bostezando de pereza y relax, posiblemente haciendo la digestión de la presa de esa misma mañana, ignorando totalmente nuestra presencia.

Al atardecer, ya estábamos de vuelta en las acojedoras ¨bandas¨o chozas del parque, en medio de la inmensa sabana. Una familia de elefantes comía hojas a pocos metros, los monos vervet saltaban entre los árboles, y los hipopótamos del río Ishasha comenzaban a orquestar su quejumbrosa serenata nocturna, que al caer la noche nos adormecería poco a poco.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Simba





Saltando al ritmo de los baches, en la parte trasera de un viejo camión, en el que viajaba con un grupo de muzungus a través de Kenia y Tanzania, nos aproximábamos a la puerta Oeste del parque nacional del Serengeti, después de varios días recorriendo uno de los espacios naturales más increíbles del mundo.

Inmersa en los cielos de Siringet, o ¨la llanura infinita¨, como llamaron los masais a este territorio, mis sentidos se encontraban llenos de luz y belleza. La visión de miles de ñues moviéndose al unísono, recorriendo distancias enormes, desde el Masai Mara en Kenia, en busca de las primeras briznas de hierba que comenzaban a surgir en Serengeti con las primeras lluvias de Octubre, permanecía aún en mis ojos.

La adrenalina corría aún por mi sangre: guepardos a la carrera, leonas con sus crías, cebras, gacelas, leopardos con sus presas colgadas en los árboles, elefantes, rinocerontes....todos tan cerca que parecía que pudieses tocarlos. Más de tres mil kilómetros cuadrados conteniendo la mayor concentración de mamíferos de todo el mundo.

De repente, apenas a 10 km de la salida Oeste del parque, el camión comenzó a traquetear más de lo normal, y tras un ruido sordo, se detuvo en seco. Una enorme nube negra inundó el aire.

Hassan, el conductor, miró hacia nosotros, negando con la cabeza y señalando un lugar a su izquierda: ¨Simba, simba¨. En efecto, una enorme leona descansaba tranquilamente entre unos matorrales a menos de 10 metros del camión. Esperamos un buen rato hasta que se desperezó y levantó sin ninguna prisa, alejándose poco a poco, hasta convertirse en un lejano punto en el horizonte.

En ese momento, Hassan salió de la cabina, y tras extender en el suelo sus herramientas, se puso a hurgar en el motor. Trabajó rápido, eficientemente, y como es habitual en África, compensando la falta de repuestos con su destreza y los materiales que tenía a mano. En la parte de arriba del camión, varias personas observaban 360 grados de horizonte con sus prismáticos.

Una vez terminado su trabajo, Hassan se metió a la cabina, y consiguió arrancar el motor. Sin más, continuamos viaje hacia el cráter del Ngorongoro, donde pensábamos pasar la noche.

El miedo de cualquier africano a los animales salvajes de su entorno es proporcional a su incompresión de esa fascinación que tenemos los blancos por esos mismos animales. Siglos de muertes y desgracias han dejado una clara huella en su cosmovisión, y quién sabe si incluso en su código genético. Pensé de nuevo en como aquí arriesgar la vida por un pequeño salario que te permita tan sólo salir adelante es moneda más que corriente.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Matatus tanzanos





Creía haber vivido todo lo imaginable en un matatu (o taxi colectivo) en el este de Africa, en el momento en el que me aproximaba a uno en la pequeña localidad tanzana de Karatu, con la intención de viajar hasta Arusha, a 200 kilometros de allí.

Tras la habitual espera hasta que éste se llenara, y los pasajeros ya sentados, apretados unos contra otros, llenos de bultos, el conductor arrancó a tronpicones en lo que parecía un fallo del motor. Al poco, los ocupantes se dieron cuenta de que era el "conductor" y no el vehículo el que fallaba, y comenzaron a lanzar improperios en kiswahili al susodicho, -que si acaso tenía el carnet, que donde había aprendido a conducir, en su pueblo, o donde, etc etc, en un crescendo de decibelios hasta que finalmente el coche colapsó en un nube de humo.

Milagrosamente (como suele ser habitual en ese lado del mundo) uno de los pasajeros fue a buscar ayuda y trajo al poco un mecánico, lo que deduje por el mono lleno de grasa que vestía. De inmediato se puso manos a la obra, y con apenas herramientas consiguió poner en marcha el motor.Él mismo, al volante,arrancó el coche.

Una vez conseguido, tras los vitores habituales, los pasajeros comenzaron de nuevo a discutir acaloradamente. Conseguí a duras penas una traducción simultánea de la chica que estaba a mi lado. Me contó que los pasajeros habían decidido, que fuese el "mecánico" y no el "conductor" el que nos llevase a nuestro destino, a 200 kms del lugar donde nos encontrábamos.
Ante mi sorpresa, el mecánico aceptó encantado, e inmediatamente se puso en marcha. El "conductor", que estaba fuera del vehículo, echó a correr intentando desesperadamente entrar en él, mientras los pasajeros que ocupaban ese lugar al lado de la puerta lo empujaban sin contemplaciones, vehículo en marcha, hasta conseguir que éste, exhausto, desistiese en su empeño y se quedase vociferando y maldiciendo, entre las nubes de polvo que el matatu levantaba al marcharse.

Ya en marcha, camino a Arusha, el sentido común y la audacia de su acción se imponían entre los pasajeros. Me contaron, más calmados, que ellos habían pagado por un servicio, y claro, tenían derecho a disfrutarlo en condiciones. Que el chaval no supiese conducir no era su problema, tenían cosas urgentes que hacer en Arusha.

A mi vuelta a Soroti, hablando con el administrador ugandés de VSF, éste asintió muy seguro de sí mismo."Claro", me dijo, "Tanzania tiene un pasado socialista. Esa gente conoce sus derechos".

viernes, 31 de julio de 2009

Bwindi Impenetrable



Leí en algún folleto turístico de Uganda que la oportunidad de observar gorilas de cerca en su entorno natural puede cambiarte por dentro. La experiencia era descrita algo así como iniciática, o transcendental.

En aquel momento me pareció una exageración, claramente destinada a engordar las arcas de la Ugandan Wildlife Authority a través de su nada despreciable precio, dada la cantidad de turistas de todo el mundo que se acercan cada año a la frontera entre Uganda, Rwanda y Congo a contemplar de cerca estos primates, único lugar de la tierra donde todavía pueden verse en su estado natural.
Al amanecer, un grupo de seis personas nos aproximábamos, colina abajo, al inicio del bosque. De repente, mientras destrepábamos por campos casi perpendiculares, alguien vio uno de ellos en la distancia, apenas saliendo del bosque, sobre una colina más abajo. Era un black back (macho adulto, pero aun joven). Al vernos se dió la vuelta e internó rápidamente en el bosque, en lo que supusimos sería un ¨poner al día¨al resto del grupo.
Este episodio tan sólo era el aperitivo de lo que nos esperaba: dos bebes gemelos mamando simultáneamente de su madre; el macho dominante (silver back) observándonos desde una mirada de profundidad casi humana; dos ¨juveniles¨de un año, jugando, deslizandose por la lianas, peleándose; otro macho adulto haciendo ¨estiramientos¨....
Los 60 minutos establecidos para esa especial visita transcurrieron raudos, entre nuestra fascinación, alegría y regocijo, algo parecido a volver a ser niñ@ y descubrir emocionad@ un mundo nuevo, único, jamás visto antes.
Remoloneando bastante, cuando era inevitable no unirse a los guardas que marchaban ya colina arriba, me fuí alejando de ellos, con una sensación (salvando las distancias, por supuesto) quiza parecida a la que sintieron los primeros naturalistas que descubrieron estos primates. Ser testigo de primera fila de una maravilla, un milagro que aún existe en pleno siglo XXI: uno de los pocos grupos de gorilas de montaña, de espalda plateada, que todavía sobreviven, comiendo y jugando tranquilamente, en mitad de Bwindi, el bosque impenetrable, bajo la mirada atenta de los volcanes extintos que separan Rwanda, Congo e Uganda.