domingo, 31 de enero de 2010

Ishasha








Salíamos del parque Queen Elizabeth, al Oeste de Uganda. Durante casi todo el día, hasta casi el atardecer, recorrimos, entre calor y polvo, la difícil pista de tierra de más de 60 kilometros que lleva al remoto parque natural de Ishasha, sin apenas visitantes, pero mucho más interesante y sorprendente que el histórico y renombrado Queen.

Este parque toma su nombre del pequeño río que sirve de única frontera entre su superficie y el país vecino, República Democrática del Congo. El río Ishasha está cuajado de hipopótamos que holgazanean durante las largas horas de sol y llenan la noche con sus imponentes bramidos.

Los animales más impresionantes de este parque son los leones trepadores de árboles, que no son una especie endémica, como en principio se creyó, sino que tienen esa costumbre de trepar a las ramas altas, sobre todo en las horas de calor, para evitar los picotazos de la mosca Tsé Tsé, muy abundante en la zona.

Nos aproximábamos a ellos a las tórridas horas del mediodía. El sol caía como un cuchillo, elevando cada vez mas la temperatura del destartalado vehículo en el que viajábamos. Mustafa, conductor incombustible en cualquier tipo de pista, conocía muy bien los grandes árboles en los que suelen estar los leones, y sabía que a esa hora, lo más seguro es que los encontrásemos.

Las moscas empezaron a entrar por las ventanillas. Primero poco a poco, luego ya en grandes grupos. Oscar y yo dábamos bofetadas en todas direcciones, para librarnos de ellas, infatigables en sus mordiscos. Mustafa se limitaba a ponerse en la cabeza un pañuelo blanco, siguiendo el saber popular del este de Africa, que dice que esas moscas se acercan a los colores oscuros, y que los claros las repelen.

De cualquier forma, acabamos los tres dando bofetadas, entre carcajadas para quitarle hierro al asunto, no sabiendo muy bien si preferiamos morir a mordiscos de esos despreciables seres o de calor si cerrábamos las ventanillas del coche.

Cuando llegamos a los árboles, nos olvidamos de todo. Allí estaban, tumbadas en las grandísimas ramas de una acacia centenaria, dos enormes leonas, bostezando de pereza y relax, posiblemente haciendo la digestión de la presa de esa misma mañana, ignorando totalmente nuestra presencia.

Al atardecer, ya estábamos de vuelta en las acojedoras ¨bandas¨o chozas del parque, en medio de la inmensa sabana. Una familia de elefantes comía hojas a pocos metros, los monos vervet saltaban entre los árboles, y los hipopótamos del río Ishasha comenzaban a orquestar su quejumbrosa serenata nocturna, que al caer la noche nos adormecería poco a poco.